Para el doliente andar
de los corazones que han sido abandonados
Carente de sentido y de razón
dijiste adiós una tarde cualquiera.
Sabiendo que rompías este corazón,
aún así, saliste por aquella puerta.
Fueron días y noches obscuros.
Fue mi primer gélida primavera.
A veces pienso que a cuenta gotas,
moría incontrolable e innecesariamente.
Una mañana le gané batalla a la angustia.
Supe que era suficiente tener por trabajo a la tristeza,
levanté la mirada y sin aviso,
un fuego interno me hizo volver a vivir.
Dejé el miedo atrás.
Salí de las tinieblas y pude respirar.
Otra vez poseía este cuerpo, mis palabras recuperaron su fuerza
y en ese momento, volví a empezar.
A la par que borré tu recuerdo, volviste a mi.
Hablaste con desilusión
sobre las cosas que habías perseguido.
Pronunciaste palabras de amor
que escuché por primera vez.
Comprobé que tienes un gran encanto.
Ese que me conquistó en una sonrisa,
con el que soñaba incluso de día
y al que eché de menos en mi larga agonía.
Tal vez y sólo tal vez,
si en tu desesperación por huir,
hubieras sabido lo que dejabas atrás,
hoy no estarías sufriendo, ni suplicando,
ni teniendo que escuchar
que estos labios ya besan otra boca,
que mis brazos cobijan otro cuerpo
y que mis ojos se iluminan por otro rostro.
¿Mi corazón?
Está más vivo que nunca
y lleva claramente tatuado
un nombre que no es el tuyo.