Pisé el último escalón sintiéndome triunfante.
-Felicidades - dijo la rectora.
-Gracias... muchas gracias - respondí lenta, pero precisamente.
Todos estaban de pie. En sus rostros veía cariño, alegría y orgullo. Durante el tiempo que viví preguntándome por qué había nacido con parálisis cerebral, todo era obscuro y vacío. Fue hasta que descubrí que tenía una voluntad descomunal cuando todo cambió. No existe tal cosa como lo imposible, concluí.
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